¿A dónde va Afganistán? En las últimas semanas se ha hablado mucho de la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán y la rápida toma del poder por parte de los talibanes -mucho antes de lo esperado tanto por la comunidad internacional, como por la inteligencia de Washington- así como de las amenazas que esto parece representar. Recordemos que el grupo en el poder, es el mismo que combatieron los estadounidenses desde la invasión de 2001, en busca de Osama bin Laden y Al Qaeda. En consecuencia, las incógnitas que ahora dominan la discusión sobre Afganistán, giran en torno al futuro mediato e inmediato del propio país y de la región, con la vuelta del Talibán en el gobierno, i. e.,¿cómo será la segunda versión del Talibán en el poder? ¿qué impacto tendrá en la geopolítica de la región y en el juego de poder global? ¿A dónde va Afganistán? Para comenzar a vislumbrar algunas posibles respuestas, este artículo aportará algunos datos y consideraciones que pretenden abonar a ello, partiendo de una necesaria contextualización histórica de Afganistán.
Para comenzar a entender la complejidad de la situación afgana -y de la región- vale mencionar que desde el siglo VII hubo enfrentamientos e invasiones árabes a tierras persas, derrotando al imperio sasánida, ubicado en lo que hoy es Irán, Afganistán, Irak, Azerbaiyán, Armenia y parte de Turquía y Arabia. Este dominio árabe resultó en diversas regiones más o menos autónomas e incluso independientes, dominadas por distintos grupos étnicos; lo que se ha mantenido hasta la actualidad. Más tarde, durante el siglo XIX los imperios ruso, chino e inglés se disputaron el control de la zona; de hecho, Afganistán se consolida como un Estado colchón ante la imposibilidad de los mencionados imperios por dominarlo. Otro botón de muestra, son los acuerdos de 1928 y 1944, entre las siete hermanas (petroleras) de Estados Unidos e Inglaterra, a fin de repartirse los recursos naturales del mundo árabe y el persa. Aquí entra a la ecuación Washington, que a partir de 1953, con el golpe para derrocar al primer ministro Muhammad Mossadegh (Irán), va expandiendo sus intereses y su presencia en todo el Oriente, al relevar paulatinamente al Imperio británico.
En 1973, en medio de una severa crisis económica y alimenticia, un golpe de estado dirigido por Muhammad Daud, derroca a un gobierno monárquico y profundamente dividido, proclamando la república afgana. Pocos años después del nacimiento de la nueva república, diversas expresiones socialistas se enfrentaron violentamente por el control del país -incluso entre ellas- hasta que, en 1979, gracias a una invasión soviética, toma el poder Babrak Kamal, dando origen a la República Democrática de Afganistán. Es importante mencionar que este periodo fue de orden, legalidad, desarrollo y combate a la desigualdad entre hombres y mujeres. Sin embargo, aunque el proyecto socialista establecido respetaba el Islam, también era contrario a diversas costumbres locales y favorecía a determinados grupos étnicos, por lo que se conformaron distintos grupos opositores al régimen tanto en Afganistán, como en Irán y Pakistán.
Algunos de estos grupos opositores se conformaron en guerrillas, apoyados, financiados y armados por China, Pakistán y Estados Unidos. Particularmente el apoyo estadounidense -Operación Ciclón- que ascendió a los ocho mil millones de dólares en 13 años, se intensificó a partir de 1986 con los cohetes Stinger, y fueron estos los que dieron un vuelco al enfrentamiento armado. Finalmente, la ocupación soviética finaliza en 1989 y con ello la amenaza roja en el Golfo pérsico; gran motivo de preocupación en Washington. Pero con la ocupación también terminó un periodo de estabilidad económica y paulatino desarrollo, así como de disminución en la desigualdad de género. Bajo el modelo socialista -y con la presencia soviética- la extracción y la transformación habían crecido del 3 al 10% del PIB, se combatió al narcotráfico, la agricultura había superado niveles previos a la revolución, las inversiones públicas y privadas e incluso extranjeras habían crecido, así como el comercio internacional (India y Japón). La alfabetización de las mujeres había crecido del 2 al 25% de ellas y se les garantizaba, constitucionalmente, los mismos derechos que a los hombres. La pregunta entonces, al igual que ahora, era ¿cómo sería el nuevo gobierno afgano?
La retirada soviética, no resultó en un país unificado, sino que dio paso a la lucha por el poder entre las diferentes facciones; moderados y fundamentalistas, sunníes y chiitas, ambas divisiones con otras facciones al interior. Además, algunos grupos de muyahidines luchaban por mantener su poder local o regional, ya no por alguna idea de lo que debería ser Afganistán. Finalmente, en 1992 cae la República afgana y se crea el Estado Islámico de Afganistán, dominado por los muyahidines del norte, siendo nombrado primer ministro Gulbudin Hekmatiar; por cierto, unos de los muyahidines más cruentos, con vínculos con el narcotráfico, considerado genocida y jefe de la organización terrorista Hezbi Islami, la que más ayuda financiera recibió de la CIA, durante la guerra con la URSS. El dominio de esta facción, no hizo sino fortalecer y radicalizar a los muyahidines del sur, surgiendo así el Talibán -y posteriormente Al Qaeda- que luego de una guerra civil, tomaría el poder en 1996, creando el Emirato Islámico de Afganistán.
El nuevo gobierno (Talibán), que instauró un modelo musulmán fundamentalista basado en una interpretación deobandi de la Sharía y que estaba conformado por minorías pastunes, uzbekos, tayikos, punyabis, árabes y chechenos, controlaba el 90% del territorio, el resto estaba dominado por el Frente Islámico Unido por la Salvación de Afganistán, también conocido como la Alianza del Norte. Este grupo opositor, que se reactivó en 2021 por la nueva toma del poder de los talibanes, está formado por tayikos, pastunes, uzbekos, persas y hazaras, y en aquella primera etapa como resistencia (1996-2001) recibió ayuda de Rusia, India, Irán, Tayikistán y luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, de Estados Unidos y buena parte de la comunidad internacional. Cabe resaltar que desde el inicio del gobierno talibán, eran conocidas las características de su gobierno, i. e., cancelación de los derechos de la mujer y una serie de normas que minaban su libertad, como el uso de la burka e inclusive la obligación a que fuera una burka blanca, que tiene un costo muy alto, obligando así a la mayoría de las mujeres a quedarse en casa; la imposibilidad para una mujer de caminar por la calle sin su mahram (un hombre familiar o su esposo); aplicación de castigos como la lapidación, los azotes, amputación de miembros o ejecución; o la concepción de los chiitas como sub humanos, en consecuencia sin derechos. Pero recordemos que lo que motivó la intervención internacional, fueron los atentados el 9/11, no la violación consuetudinaria a los derechos humanos.
Como resultado de la intervención de Naciones Unidas, dirigida por Washington, la Alianza del Norte toma el poder y el Talibán se repliega, generándose la misma dinámica convulsa y enconada de las últimas décadas. Con la presencia internacional en Afganistán se intentó desarrollar la economía, construir instituciones sólidas, así como una cultura liberal democrática, esperando que todo esto ayudara a estabilizar al país luego de casi cincuenta años de conflictos a diferentes escalas; claro, estabilizarlo desde un modelo liberal-democrático, teniendo así un aliado en Oriente. No obstante, veinte años después de la intervención, el único éxito fue atrapar y asesinar a Osama bin Laden -algunos años después de lo que debieron hacerlo- y debilitar a Al Qaeda; la economía afgana sigue siendo precaria, por decir lo menos, a pesar de tener algunos recursos (en cantidades desconocidas) como petróleo, gas o litio; la insipiente y frágil democracia desapareció ante la carencia de instituciones sólidas y una cultura que la sostengan; y el narcotráfico, por cierto, muy útil para los muyahidines, está en su producción más alta de la historia. Como resultado y ante la imposibilidad de lograr el objetivo final -influencia geopolítica a través de un nuevo Afganistán- la intervención extranjera se retira y el Talibán -que movió sus piezas meses antes, tanto en el país como en la arena internacional- recobró el control del país y el poder, en tan sólo dos semanas y seis meses antes de lo calculado por la inteligencia estadounidense.
Pero, ¿qué pasará esta vez con Afganistán? ¿A dónde va? Hay constantes, hay diferencias y hay incógnitas. El Talibán recupera el poder, es el mismo grupo, con las mismas ideas, la misma interpretación de la Sharía, aunque no se sabe si habrá algún tipo de matiz, principalmente en lo que se refiere a los derechos de las mujeres y los chiitas. Ya hay mensajes contradictorios al respecto; ahora, en caso de que sea exactamente lo mismo que su régimen anterior, ¿bastará eso para una nueva intervención de Occidente? Poco probable. Por otra parte, el Talibán encuentra ahora a un Estados Unidos golpeado por la mala salida del país, debilitado en su imagen internacional y con una administración mucho más preocupada -al menos por ahora- en temas de política interna y no en el tablero internacional; en el cual, por cierto, parece dejarle a China y Rusia, el manejo de Afganistán. Ambos tienen especial interés en combatir el terrorismo islámico en la región, debido a conflictos internos. Recordemos, asimismo, que Beijing, tiene intereses en la región, relacionados a oleoductos, gasoductos y la nueva ruta de la seda. A la ecuación habría que agregar a Irán y Pakistán, que podrían tener interés en cooperar -al menos- con grupos terroristas, e incluso habría que considerar al Estado Islámico Khorasán (ISIS K), responsable del atentado afuera del aeropuerto de Hamid Karzai de Kabul, el pasado 26 de agosto, y que es enemigo de los talibanes, al acusarlos de estar influenciados por agentes internacionales y ya no seguir la Sharía.
Así pues y considerando todo lo anterior ¿quo vadis, Afganistán?